Hotel Hilton
Por: Paola Moctezuma
En
medio de la pista de baile del salón de fiestas del Hotel Hilton, que esta
noche celebra la última graduación del mes, se ven dos personas que han
detenido el tiempo y se han robado la luz. Las manos se toman con fuerza. Los
brazos giran y en el cuello del otro encuentran el lugar favorito. Las piernas
adivinan el siguiente paso de un cuerpo que deja de ser cuerpo y comienza poco
a poco a olvidar las leyes de la física. A través de los ojos se evapora la
ilusión del espacio entre dos masas ajenas. De la piel, pequeñas gotas de sudor
se elevan hacia el techo y con dificultad atraviesan la espesa membrana que se
crea por el vapor de los labios. Las personas al rededor desaparecen. La fusión
de ambos comienza a suceder. La primera descarga sale centelleante de los
torsos apenas rozantes. El rostro se relaja, se entrega sin reparo a la
anestesia que entra por los oídos y se diluye en la sangre de las venas. La
respiración recuerda el milagro.
El corazón sigue el paso del abismo abierto entre el mundo y el centro de una pista de baile; despliega la brecha del tiempo y sumerge en un viaje al pasado a las almas anhelantes. La nostalgia se comparte: se encuentran por primera vez en el recuerdo contrario de un ayer que se vuelve presente y traza el inevitable dolor del mañana. La mano toma la espalda sudada, acaricia el vello del afilado mentón; baja despacio y como un rayo que atraviesa el cielo entra al pecho de camisa blanca. El espacio se convierte en jardín de puertas abiertas al compás de los pasos de baile. Se deslizan. Entran. Salen en bosques, mares y montañas de un mundo sin nombres ni palabras. Acarician las flores que perfuman los montes. Se beben bailando el agua de las cascadas que se convierten en el centro del universo. Los labios deseosos del calor de dos hombres pintan los colores del cielo cuando el sol se esconde, y llama a la luna para ser testigo del secreto que en líneas de manos va inscrito. El vigoroso viento entra como remolino por el diminuto espacio entre el pantalón y la pierna, sigue ascendente trayendo la noche que se alimenta de los lunares de la espalda y forma las estrellas. Un estallido se roba a las siluetas danzantes, convirtiéndolas en pequeñas partículas que recuerda al movimiento de la primera melodía. Los segundos se disuelven en la eternidad del tiempo inalterado. Ellos, no existen más. Se han perdido en el infinito punto creador. Habitan la inmortalidad.
Pausa.
Silencio.
De
pronto la respiración primera sale del pulmón asfixiado que ha olvidado que de
seres con revestimiento humano se trata. Las estrellas vuelven a la espalda y
la noche viaja entregándolos de nuevo al sol que esculpe los cuerpos de manos cálidas
y memorias olvidadas. Finalmente, por primera y última vez se besan los labios.
Emprenden el viaje de vuelta al centro de la pista de baile del salón de
fiestas del Hotel Hilton, que esta noche, es testigo del renacimiento de Iván y
Andrés.
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