Reescribiendo al mundo a través de nuestros cuerpos

 


Por: Norma Escamilla


El cuerpo de la mujer ha transitado por diversos momentos y circunstancias históricas. Ha sido objeto, pertenencia, intercambio, incubadora, arte, inspiración, política y territorio, este último más desde una perspectiva feminista, vista como sujeta social que decide y actúa por propio pie. El cuerpo, percibido como territorio, es la franja a partir de la cual se puede diferenciar del otro, de la otra, de los otres; también, la posibilidad de contar con un espacio de interacción consigo misma y desde donde aprender a relacionarse con el resto del mundo de una manera diferente.  

Pareciera que el cuerpo que habitamos las mujeres no nos pertenece del todo, pareciera que siempre estará morado o anidado por alguien más. Desde nuestra estancia en el útero materno, algo externo a nosotras comienza a habitarnos sin saberlo. Los roles y estereotipos son como el moho en la piedra, el cual va permeándose de voces externas, que me tratan tiernamente, si soy biológicamente niña, y voces un poco más fuertes si, biológicamente, soy niño. Desde ese momento ya se crean expectativas de ese nuevo ser, si será bailarina, lo que estudiará, si se casará, entre muchas otras cosas que nos llevan a pensar si tal vez no tenga tanta necesidad de plantearse una vida, al fin y al cabo, ya está definida por ese padre, esa madre o el entorno externo a donde recién va a llegar.

De igual manera, el rol en el mundo externo que ocupará al nacer le espera con un mundo de colores y objetos determinados que le acompañarán a reafirmar su ser niña o niño desde una perspectiva biológica. Así que cuando nacemos ya estamos predeterminadas a seguir un manual intangible que seguiremos al pie de la letra sin cuestionarnos, hasta que comience a conflictuarnos en el día a día y cuestionemos por qué las cosas, actitudes, decisiones, palabras, objetos, elecciones y sentimientos asignados para mi ser mujer, no pueden ser de otra forma y nos planteemos los costos para cambiarlos.

Sumado a este manual externo que habita nuestro interior, vendrá el conocimiento biologicista de la anatomía del cuerpo, centrándose principalmente en el aparato reproductivo y la genitalidad, meramente desde lo físico, desvinculado de lo emocional, del erotismo y del placer, de la consciencia e importancia de tener un cuerpo y la maravilla de su funcionamiento con todos sus órganos, el cual no solo está hecho para reproducir, sino para crear, gozar, sentir, delimitar, expandir y cuidarlo dignamente. Desde esta perspectiva, ¿cómo vamos a cuidar algo que no conocemos y que pareciera que solo tiene una función reproductiva?

Cuando miramos nuestros cuerpos físicamente, no desde las medidas, sino observar realmente ese apreciable cuerpo que nos sostiene, podemos ver estructuras corporales fuertes, débiles, pequeñas, grandes. Un cuerpo que abraza, que acuerpa a todos los órganos internos para que no se desparramen, esas vísceras, arterias, esófago, intestinos, corazón, cerebro, útero o testículos, en el caso de los hombres. Es impresionante la función fisiológica de nuestro cuerpo, el escribano que habla a través de los órganos, la piel o la mente, somatizando aquello que no se puede nombrar; es un catalizador de emociones que resuelve en automático lo que necesita, un informante constante de sensaciones como hambre, asco, antojo, deseo, frío, calor, temperatura, y/o infección, entre muchos más. Todo el tiempo nos habla y nuestra frialdad hacia ese cuerpo ha creado un mundo en total silencio, que lo invalida e invisibiliza.  

Otros cuerpos nos han hablado del maltrato y su impacto por la violencia, que desde la infancia fueron depositarios de la ira y frustración de los demás, a través de palabras denigrantes e hirientes, de golpes y humillación, desautorizando su autonomía y naturalizando la agresión; sus cuerpos-territorios han sido invadidos, quitándoles la posibilidad de reverdecer, de producir, de crecer. Son cuerpos bastante lastimados, sobrevivientes de continuos combates en un territorio que no les pertenece; en este sentido, un pequeño porcentaje logra sacar al enemigo invasor para poder recuperar su pedazo de tierra y hacerlo florecer.

O el cuerpo adolescente, que casi todo el tiempo está expectante a sus emociones, a sus impulsos, validando esas sensaciones que no comprende del todo, con ese deseo de vivir experiencias y vivir la vida sin tapujos, intentando hacer valer su voz y necesidad, no dejándose invadir en su territorio a través de su rebeldía como una forma de mantener su libertad, con un poco de miedo, pero no el suficiente para paralizarle, y dejar de construir su propio cuerpo-territorio.

Pensemos ahora con la intención de resucitar y liberar a nuestros cuerpos-territorios: ¿Qué lugar le doy?, ¿cómo le cuido?, ¿qué hago por él? Y ¿cómo escucharle? ¿Cómo podría posicionar a ese cuerpo biológico y fisiológico que también tiene una habitante? ¿Cómo visibilizar su andar histórico?, dándole un mayor sentido para recuperar a su ser y a su cuerpo-territorio.

Y así nos encontramos con un sinfín de cuerpos-territorios con diversas historias para seguir construyendo nuevas chinampas que sostengan visiblemente esos cuerpos invisibilizados, que necesitan liberarse para crecer, crear, amarse y compartir sin miedo a ser invadidas.

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